08 agosto 2011

"La Odisea": Canto Décimo

Pongo a ojos del lector otra transcripción de un manuscrito. En este caso, se trata de una versión desconocida hasta hoy del décimo canto de “La Odisea”. La fuente como la del anterior relato, procede de un monasterio germánico del siglo XIII realizada por un tal “Mentirosus Maximus” de quien este humilde transcriptor es máximo admirador por haber conseguido rescatar y copiar estas tan antiguas obritas que de otro modo se hubieran perdido en el tiempo. Esta versión da otra perspectiva al décimo canto y puede que sea más provechoso para el estudioso apasionado en desentrañar la Historia y la personalidad del misterioso Homero.



Llegamos a la isla Eolia, donde moraba Eolo Hipódata, caro a los inmortales dioses; isla flotante, a la cual cerca broncíneo e inquebrantable muro y en cuyo interior se alza escarpada roca. A Eolo le nacieron doce vástagos en el palacio, seis hijas y seis hijos florecientes, y dio aquellas a estos para que fuesen sus esposas. En medio de un banquete que celebraban aparecimos nosotros, muertos de hambre y de frío y carecedores de cuanto a un hombre le es propio. Allí no había comedimiento alguno que bien pudiera habérsele achacado a un rey y a sus hijos. En una mesa infinita se disponía una cantidad enorme de comida, más del doble de lo que nuestra tripulación hubiera consumido en un día. Esto hubo de ser nuestro primer aviso de que tal rey efectivamente podría ser el soberano de los aires y gases eólicos como más adelante fuimos fieles testigos.

Dicen que de dioses inmortales sólo pueden engendrar hijos tan bellos y semejantes a ellos que el parecido es idéntico a los progenitores. En este caso era cierto. Sus hijos eran tan feos como él mismo. No necesitaban platos; sus palmas abiertas eran más que suficientes y engullían como pavos. Cada alimento que tomaban lo introducían por la boca y con gran magisterio lo hacían pasar hasta el estómago sin apenas rozarlo con el paladar o el esófago. Alguno de mi tripulación rompió en aplausos por tan reseñable proeza. Ante este espectáculo digno de una tarde de circo en mi amada Ítaca, me dispuse a hablar con Eolo, quien de muy buena gana nos acogió en su ciudad durante un mes. Cuando nos decidimos cargar el barco para partir, Eolo me llevó a un sitio retirado e íntimo y me habló de la siguiente manera.

- Mira Odiseo, para que el viento no os frene en vuestra llegada a tu país he aquí que te entrego esta bolsa hecha con la piel de un buey de nueve años. En él está contenida toda mi esencia, sacada desde lo más hondo de mis entrañas. Contiene gases nocivos que quiera Zeus nunca salgan y que permanezcan aprisionados como deben. No la abras bajo ningún concepto. Ahora vete, que el Céfiro os hará llegar en seguida.

Muy agradecido nos fundimos en un abrazo recíproco.
Ya en el barco navegamos hasta Ítaca. Llevaba nueve días sin descansar gobernando el timón y me sentía muy fatigado. Decidí echarme una siestecita en el camarote para pensar un poco en mi dulce Penélope y en las dos primeras sílabas de su nombre. Mientras tanto, mis compañeros vislumbraron nuestro país a lo lejos. Ya podían ver el puerto y a los pescadores arreglando sus viejas redes y a los niños jugando en la orilla. Sin embargo, esta vista les hizo recordar que estaban tiesos, no tenían nada que llevar a sus casas salvo muchas pulgas y poco pelo. Entonces uno de los compañeros que no era precisamente de Ítaca, sino un mercenario de la parte más alejada del continente dijo:

- ¿Zerá pozible que er gachón éhte, er Ulize, ze vaya a queá con tor dinero y nozotro mientra htemo quí encaricíoh de to? ¿No penzai azin compañeroh? –voces en el fondo le daban la razón- ¿Toze qué ehperamoh? Amo brí la bota que le dio Eolo, rey de loh gaze, que zeguro qu´está llenita de oro, mucho oro zegurízimo.

Agarró entonces el pobre hombre la bolsa y la desató. De su interior salió una fuerza de gas potentísima y la más apestosa que jamás un mortal antes había olido. El barco se desvió de su rumbo y los marineros lloraban, pero no sólo por no poder desembarcar en Ítaca ahora que la tenían tan cerca, sino porque la peste proveniente del saco hacía llorar hasta a las estatuas. Con razón Eolo la sacó de sus entrañas; por algo se le llamará rey de los gases.

Me desperté al momento por la podredumbre que olí desde mi camarote. Me dirigí a la proa y vi que estábamos otra vez en la isla de Eolo. Nos lo encontramos en la orilla jugando con sus hijos al voleibol. Tenía un sombrero playero que le favorecía bastante.

- ¿Pero otra vez aquí? ¡Ah! Sabía que íbais a abrir la bota. Si es que estos mortales. Bueno pues si quieres me tiro otro pedo y os mando de vuelta a Ítaca en un santiamén.

Nosotros al unísono proferimos un “NO” que resonó más que la flatulencia de la que pudimos ser víctimas. Partimos de momento y estuvimos navegando durante seis días sin descanso. De nuestra llegada y nefasta expedición a Telépido de Lamos hablaré poco. Sólo advertiré a domingueros y turistas de que no es una isla muy bonita, por mucho que las empresas de viajes se empeñen en afirmar lo contrario. Sus habitantes, los Lestrigones, son gentes dadas a perseguir a todo el mundo por nada, y su caudillo es un antropófago de aquí te quiero ver. Así que antes de embarcaros hasta allí, pensad mejor en Sicilia que por sus playas y sus gentes es un territorio más agradable.

Huyendo de los Lestrigones llegamos a otra isla. No recuerdo su nombre, pero las atrocidades que en ella pasamos ahora las narraré. Tras desembarcar, comimos y nos dimos -ánimos- unos a otros como buenos griegos que éramos. Después, como en Telépido perdimos varios hombres por culpa de cierto antropófago que anteriormente cité, partimos lo que quedaba de la tripulación en dos: de una era yo el capitán, de otra Euríloco. Esta segunda partida se adentró en la isla para un reconocimiento rápido. Nosotros mientras esperamos en la orilla. Al cabo de un tiempo, se nos presentó Euríloco corriendo desaforadamente -haciendo honores a la segunda parte de su nombre- y se precipitó de bruces sobre la arena.

- ¡Oh amigos! –dijo entre sollozos- ¡La desgracia se ha cebado con nosotros!

- Pero cuéntanos, gran Euríloco, qué es lo que ha pasado y cómo vienes tú solo

- ¡Oh gran Odiseo, fecundo en ardides! De lo que te contaré ahora no podrás reponerte en mucho tiempo. No querrás oirlo, lo sé yo bien que no serás capaz, que te pesará sobre tus hombros más que Falete embarazado de trillizos. Bastante ha sido ya para mí como para ahora hacer que sufráis mis amados compañeros

- No te hagas tanto de rogar majadero, cuéntanoslo ya

- Bien. Estábamos haciendo nuestra expedición. La cosa iba de lujo; yo tenía buenas vibraciones y no me equivoqué del todo. A lo lejos hallamos un palacio de pulida piedra. Yo me quedé fuera porque me dio un apretón y tuve que esconderme detrás de unos matorrales. Los otros entraron en su interior muertos de miedo, siendo más la curiosidad su mayor empuje. Nada más poner un pie en el recibidor, salió al encuentro una a la que llaman Circe. Una mujer que engaña desde lejos, créeme cuando te lo digo. Muy amable ella, les sentó en una mesa alargada y rebosante de comida. Después de comer les bañó y les sirvió una excelente bebida en una copa. Y ya más relajados empezó a poner claras sus intenciones con la sutilidad que a una mujer le es propio. Mientras hablaba se mesaba los cabellos.

"¡Oh qué envidia me dais los hombres, tan fuertes, tan musculosos, tan manitas para las cosas de la casa! Yo estoy aquí sola, privada de compañía masculina, desde que mi padre el Sol me parió -nuestros compañeros ya mostraban una sonrisa cómplice entre ellos, sospechando las intenciones de Circe. Desde luego, no sabéis cuánto hace que un hombre no me hace una chapuza y no me llena la hormigonera con grava espesa y reluciente con la que solo un hombre me la puede llenar".

Ahora sí que todos explotaron en una risa nerviosa y hubo quien ya se había empezado a desnudar.

"Bueno, ¿y quién me puede hacer esa chapucilla?" dijo Circe

Se reunió el grupo en un corrillo y empezaron a dialogar. Decidieron que lo harían todos a la vez, pero eso sí, establecieron los turnos para actuar justamente. El primero, que además de ser primero era el más atrevido dijo:

"Venga Circe, desnúdate ya que te vamos a hacer la chapuza aquí mismo"

Circe sonrió maliciosamente

"Pero hombre, aquí no: tiene que ser en la cocina"

A ellos les daba igual donde fuera, lo único que querían es lo que querían. Pues bien, entraron en la cocina y les dijo:

"Venga, ¡ya podéis empezar! Quiero remodelarla entera. Me tenéis que poner la vitrocerámica, el lavavajillas, la encimera, el horno… lo que se dice una chapuza vamos."

Nada más enterarse de esto y de ver cómo había hecho lo propio que hacían las mujeres, engatusar a los hombres como sólo ellas saben, salieron corriendo mientras se arrepentían de haber entrado en aquel horrible palacio. Pero Circe, tan malvada y despiadada los persiguió dando gritos como una loca y los encerró en una pocilga como a cerdos ¡Por Zeus que no puedo ver esa imagen! ¡Quisiera haber muerto antes de verlo!

Abrazamos todos a Euríloco y lloramos a la vez que él por nuestros compañeros. Sin embargo, yo me mantuve firme y decidí salvarlos por mi cuenta.

- ¡Yo iré a salvarlos! -todos me miraron- descuidad amigos que mi mano sacará del apuro a los desdichados de nuestros compañeros.

Me aclamaron y salí sin más tardanza. Rehice el camino hasta la casa de Circe. Pero justo antes de llegar al umbral, se me apareció Hermes, mensajero de los dioses y me dijo:

- Pero ¿dónde vas tú Odiseo, el fecundo en ardides? ¿Crees que Circe te dejará entrar así sin más y que no te hará alicatar la cocina y el cuarto de baño si se lo propone?

- Hombre yo pensaba intimidarla con mi espada y antes me iba a tomar esta yerba que según tengo entendido evita que los licores más ponzoñosos te hagan efecto alguno en el cuerpo

- Y ¿acaso crees que te dará a beber un veneno suave para que abraces el Hades tranquilamente? Mas ¿tú eres aquel a quien llaman “fecundo en ardides”? Cuando ella te dé un pico y una pala ya te gustará saborear ese ponzoñoso licor del que hablas. Ahora escúchame bien y haz lo que te digo si quieres salir con vida y rescatar a tus compañeros.

- Te escucho gran Hermes

- Tienes que tener claro una cosa Odiseo, te va a pedir que hagas la obra, a lo cual tú no te podrás negar. Ahora bien, te vas a colocar este lápiz de albañil en la oreja derecha -recuerda bien esto- y con él apuntarás cuanto pidas de materiales. Te las tendrás que ingeniar para que tarden en venir y en ese tiempo podrás tener excusa; yacerás con Circe y gozarás de la mejor comida que has probado en toda tu vida. Justo cuando pase un año reunirás provisiones para marcharte de aquí. En un descuido de Circe deberás soltar a tus amigos y escapar

- Pero, ¿cómo podré, oh gran Hermes, esquivar a Circe que es tan sabia y astuta para que no se dé cuenta de la liberación de mis compañeros?

- Eso lo sabrás ahora. Aquí te entrego una DVD con los mejores momentos de “Sálvame Deluxe”. Encontrarás desde la primera crisis entre Julián Muñoz y la Pantoja, hasta el más reciente callo del pie de Belén Esteban. Con esto podrás entretenerla dos horas; tendrás sólo ese tiempo para organizarte ¿estamos?

- Así lo haré oh gran Hermes

Al desaparecer éste me dispuse a llamar a la puerta. Apareció Circe radiante y hermosa como sólo a ella le estaba permitido por ser hija de quien era. Como bien me dijo Hermes, ella empezó a camelarme para que le hiciera la obra. Efectivamente, no me negué. Fui a la cocina e hice como el que tomaba las medidas. Agarré el lápiz y empecé a escribir en un trozo de papel los materiales que debía de encargar, que no eran otros que los de mi fuga.

Pasé en el palacio de Circe un año exactamente. Cada día me preguntaba cómo iba la obra:

- Odiseo, ¿qué tal va la cocina?

- Pues ahí va. Estoy esperando los materiales

- ¿Todavía esperando los materiales? Pero si hace más de tres meses que estás aquí.

- Ya, pero es que tengo encargadas las piezas en Alemania y claro...

- Pues en cuanto las recibas házmelo saber

Con esta cantinela andaba Circe todos los días detrás mía, ya estaba harta de tener que limpiar el polvo que producían las paredes y el mortero. Le desquiciaba tener que escuchar la taladradora haciendo agujeros. En verdad que su desesperación llegó a convertirse en locura. Ya no se arreglaba, apenas salía y estaba muy triste. En mi opinión, creo que se arrepintió de empezar la obra.

Yo mientras tanto no hacía nada, excepto hacer como el que trabajaba y dejarme querer por tan despiadada mujer. Me daba de comer, me lavaba, me hacía la penicura... Pero que no se piense nadie que yo lo hacía gustoso, al contrario, muy a mi pesar tenía que sucumbir a tales encantos por ver a mis compañeros libres. Mi sacrificio era en su nombre, que nadie olvide eso.
Justo al año llegaron las provisiones que encargué. Le dije a Circe que llegarían ese mismo día. Ella se puso loca de contenta pensando que ya dejaría por fin terminada la cocina y se quitaría de albañiles.

- Circe, para que no te aburras esperando los materiales -le dije yo- te pondré este DVD en la tele, así se te hará más corto el tiempo

- Gracias querido Odiseo, verdaderamente tienes un corazón que no te cabe en el pecho

- Todo es poco para mi amada Circe

A partir de ese momento, tuve dos horas para organizarlo todo. Saqué a mis amigos de la pocilga y entre todos nos llevamos las provisiones hasta la playa donde nuestros restantes camaradas estaban ya aburridos de un año de espera. Embarcamos todo y zarpamos lo más rápido que pudimos. No obstante, las dos horas transcurrieron más rápido de lo que yo esperaba y Circe salió hecha una furia de su casa y desde la orilla empezó a gritarnos:

- ¡Hijos de putaaaa! Yo descendiente del que todo lo ve he estado ciega ¿Y tú Odiseo, depués de limarte los callos de los pies así me lo pagas? ¡Maldita sea! ¡Que os den por el [aquí se corta el manuscrito] a ti a toda tu casta!

Si dijera que no paré de reírme en toda la travesía me quedaría corto, pero lo cierto es que nos escapamos con mucha maña, aunque ¿por qué si no lo llaman a uno “el fecundo en ardides”?


Nota del transcriptor:
En homenaje a todos los albañiles cabrones que hubo en la Historia y que sin duda habrá gracias a Dios y a su infinita misericordia y bondad.

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