(Viene del 28/09/2010)
- La especialización: no implica un desgaste biológico importante, ya que el hablar no cansa o tarda en hacerlo.
- La semanticidad: nos comunicamos empleando signos dotados de expresión y contenido.
- La arbitrariedad, propugnada ya por Saussure: no hay una relación directa, sino meramente convencional, entre lo que se dice y cómo se dice (significado y significante). Se puede hablar de una arbitrariedad absoluta (v.gr.: en la palabra “veinte”) y de una arbitrariedad relativa (v.gr.: en la palabra “veintiuno”).
- El carácter discreto de los signos que componen el sistema lingüístico: los signos están delimitados y diferenciados, no son continuos como los colores del espectro cromático. Es decir, que, por ejemplo, “caliente”, “tibio” y “frío” son tres conceptos totalmente diferenciados y cuyas fronteras están claramente definidas, lo que no implica que la percepción de ellos sea la misma para todos los hablantes.
- El desplazamiento: mediante el lenguaje podemos evocar un espacio o un tiempo que no sean los inmediatos.
- La dualidad de estructuras (doble articulación del lenguaje): existe una primera articulación en fonemas y una segunda en morfemas. De este modo, partiendo de un número limitado de fonemas, pueden crearse un número ilimitado de morfemas, a partir de los cuales pueden originarse ilimitadas palabras. Esa articulación se relaciona con la economía del lenguaje.
- La productividad: tomando como base las analogías del sistema, se pueden crear nuevas palabras aplicando los modelos de la lengua (v.gr.: nuevos verbos denominativos: “sillear”).
- La transmisión cultural y tradicional: el lenguaje se hereda.
- La falsedad: se puede mentir.
- La reflexividad: el lenguaje puede ser empleado para hablar del lenguaje.
- La aprendibilidad: las lenguas no sólo se adquieren de forma hereditaria, sino que es posible aprenderlas.